miércoles, 25 de agosto de 2010

la relacion del perro -niño

Que el perro considere al niño como un compañero o como un competidor depende de nuestra forma de actuar frente a ambos.

La agresividad canina es una de las patologías más frecuentes en comportamiento. Las mordeduras de perro representan un problema serio de salud pública. Los grupos sociales más afectados son los ancianos y los niños. Incluso entre estos dos sectores, los niños tienen más riesgo de ser mordidos por un perro que cualquier otro grupo de edad. En menores de 16 años, la incidencia está estimada en un 2,2% cada año. Las heridas en niños son frecuentes en la cara y cuello, y podrían amenazar su vida.

La mayoría de accidentes de mordiscos de perro en niños ocurren en el hogar. El 43% de los accidentes por mordedura en el hogar está relacionado con situaciones donde el niño estaba jugando con o cerca de la mascota de la familia.

Este tipo de agresividad canina tiene varias causas: miedo, autoprotección ante tirones de pelos, de rabo, golpes, etc.... o competitiva. Ésta última suele ser la más frecuente y más conocida de forma popular como "celos". Un niño absorbe gran parte del tiempo de los padres. Los momentos más tranquilos, por ejemplo cuando el niño duerme, son aprovechados para jugar y prestar atención al perro. De forma que el animal aplica un razonamiento tan sencillo y lógico como el que sigue:

"cuando está el niño delante, a mí no me hacen apenas caso, y si el niño no está, vuelvo a recuperar la atención de mis dueños". En el momento en que el perro llega a esta conclusión, empieza a ver al niño como un competidor y los "celos" podrían no tardar en aparecer.

Una herramienta muy eficaz para prevenir estos "celos" consiste en que el perro sólo obtenga cosas del propietario en presencia del niño, y no al revés como sucedía antes. Entonces el aprendizaje del perro sería: "cuando está el niño delante me hacen caso y me divierto como siempre, y si desaparece me aburro y ellos me ignoran".

En ningún caso debemos dejar al niño y al perro juntos ni un instante sin nuestra supervisión directa. En general, nuestra actitud debe ser en todo momento tranquila. Si nos mostramos inquietos, perro y niño lo percibirán y se pondrán también nerviosos.

Por otro lado, el estímulo que supone convivir con un perro es muy beneficioso y, según numerosos especialistas, contribuye a la educación de un niño más sociable y con un mayor sentido de la responsabilidad. A partir del medio año, la mayoría de los niños manifiestan una gran atracción por su perro y por los animales en general. Por tanto, el niño buscará el contacto con el perro.

Hasta aproximadamente los tres años, los niños no entienden que un perro, y los animales en general, tengan la capacidad de sentir dolor o sufrimiento. En cierto sentido, el niño trata al perro como a un juguete más. Los adultos deben dedicar tiempo a fomentar un trato responsable y además hacerlo de forma que el niño lo entienda.

Recientemente, últimos estudios han innovado material para trabajar con niños, padres, profesores, pedagogos, psicólogos, etc. en este tema (juegos, sonidos, etc.) Es fundamental que los adultos fomenten un trato responsable y además hacerlo de forma que el niño lo entienda. El objetivo es enseñar al niño que el perro no es un juguete, como una pelota o un muñeco, y que estirarle las orejas, el pelo o la cola no es una buena forma de relacionarse con él.

También es muy importante la prevención de la agresividad a través de la enseñanza a los niños y a los padres del lenguaje de los perros para reconocer las señales de alarma. Si en alguna de estas cinco situaciones su perro gruñe o enseña los dientes debe contactar de inmediato con un especialista:

1) cuando alguien de casa lo toca mientras come o tiene un objeto en la boca;

2) si lo quieren echar del lugar donde descansa;

3) al querer cepillarlo o bañarlo;

4)al sujetarlo o intentar moverlo y/o

5) al acercarse personas que no son de la familia, en casa o en la calle.


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